
MARÍA ELENA, Mexico

Me llamo María Elena, tengo 64 años, soy lingüista y trabajo en Chetumal como profesora-investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de Quintana Roo. Hace casi doce años, durante un año sabático, preparaba mi tesis doctoral; cuando me di cuenta de que después de hablar, sentía un cosquilleo en la garganta. Inmediatamente, pensé que eso no era normal y debía consultar con algún médico; pues al regresar a impartir clases, ese cosquilleo sería más fuerte. Aun así, nunca tuve tiempo para la consulta. Por la urgencia de avanzar mi trabajo de investigación, también me percaté de que dormía demasiado y subía de peso, pese a comer poco.
Ya en periodo lectivo, terminado el año sabático, me enteré de que había fallecido por cáncer una autoridad educativa, que aún atendía en su oficina hacía nueve meses. Reflexioné sobre la seriedad de esta enfermedad, y consulté con el médico de la universidad, a quien le dije que tal vez yo tenía algo en la tiroides por tanta fatiga y por el aumento de peso. Cuando este médico, adulto mayor, me palpó el cuello, sintió un tumorcito de 0.6 cm. y me dijo que no quería asustarme, pero él había sentido algo, aquí que me recomendaba consultar en el sector salud. Tardé un mes en encontrar tiempo, para ir a la institución del sector salud que me corresponde. Mi médico familiar, sin embargo, me dijo que no sentía nada en mi cuello y me daría una referencia para consulta con el siquiatra, porque yo era muy ansiosa. Sonreí y le comenté lo ocurrido en la universidad. Fue por eso que el médico familiar me dio la orden de un ultrasonido de cuello, para que yo estuviera tranquila. Ese ultrasonido se me programó para dos meses y medio después; por lo que yo decidí ir a un radiólogo del sector privado, el cual no vio nada anormal.
No obstante, como aún contaba con la orden para un ultrasonido en la institución del sector salud que me corresponde, decidí utilizarla, y al ver un nódulo en la tiroides, la radióloga recomendó un gamagrama, estudio que no se hace en esta ciudad. Reconocí que ya era hora de recurrir a mi póliza de gastos médicos mayores fuera de Chetumal, e hice cita en un hospital privado de la Ciudad de México. Después, solicité recomendación a un médico de esa ciudad, sobre a dónde debía dirigirme con el gamagrama. Este médico, papá de una amiga, me ordenó no hacerme ese estudio, sino una biopsia con un cirujano de cabeza y cuello, especialista en cáncer de tiroides. En la primera biopsia, no se obtuvieron células; por lo que el doctor debió repetir el procedimiento a los dos días. Estando ya de regreso en Chetumal, recibí su llamada para decirme que dentro de dos semanas, debía pasar yo a cirugía, porque el dictamen de la biopsia decía “nódulo indeterminado”.
Investigué en la red, para escuchar una conferencia de ese cirujano, y leí con calma la interpretación de mi segundo ultrasonido: nódulo “hipoecogénico y con microcalcificaciones”. Precisamente en esa conferencia, el cirujano decía que ese tipo de nódulos tienden a ser malignos, por lo que cuando ingresé a cirugía, ya estaba preparada para el diagnóstico: carcinoma papilar. El cirujano extirpó exitosamente la tiroides, dos tumorcitos y varios ganglios, dos de los cuales ya tenían metástasis. Dos meses después, en Ciudad de México, recibí yodo radioactivo, y se me hizo un rastreo de cuerpo entero, el cual no arrojó metástasis en otra parte de mi cuerpo. Recibí dos dosis más de yodo, una en Mérida y otra, en Cancún; pues como efecto de un medicamento que tomo desde hace 27 años (50 mg. sulpirida), mi nivel de prolactina es elevado. Esto explica por qué los rastreos hicieron creer que había células malignas en un pulmón. Después de la tercera dosis de yodo, la médico nuclear de Cancún se concentró en mis pulmones, y los encontró limpios. Los análisis de tiroglobulina y anticuerpos antitiroglobulina siempre habían salido bien. Un oncólogo asesor de AMeCAT (Asociación de Pacientes de Cáncer de Tiroides México) me recomendó, entonces, “por salud mental” confirmar la limpieza de mis pulmones, haciéndome un PET. Todo este proceso duró cuatro años, en los que no me ausenté de mi trabajo por mucho tiempo, gracias al apoyo de GNP, compañía que incluso tiene módulos en dos hospitales en los que me interné.